"¿Qué habré hecho?"
"¿Qué ha cambiado en nuestra relación?"
"¿Qué fueron de esas palabras que decían esas cosas tan importantes?"
"¿Hasta qué punto fue real?"
"¿Hubo algo real?"
Esas y mil preguntas más, todo el día rondando en tu cabeza. Preguntas pegadizas que no te puedes dejar de pensar y que te torturan.
"¿Qué estará haciendo ahora?"
"¿Y si le hablo?"
"Somos adultos, podemos ser amigos"
La necesidad que tengo que saber de él es tan grande como el daño que me hago al hacerlo. Es la morfina que necesito para calmar mis ansias por seguir sabiendo de él, por seguir siendo parte de su vida.
Ya está, le he hablado,
Y me quedo tranquilo.
"Estoy triste pero feliz"
"Me alegro que esté bien"
"Lo estoy llevando bien"
"En realidad es mejor así"
"No nos llevaba a ningún sitio"
Pero pasan días.
"¿Qué estará haciendo?"
No sé nada de él.
"¿Estará con otra persona?"
"¿Me habrá olvidado ya?"
"Si que le ha costado poco"
Necesito saber de él.
Tengo que hablarle.
Quiero hablarle.
Lo necesito.
Necesito mi morfina.
Necesito ser parte de su vida aún.
Y vuelta a empezar. Y entonces es cuando te das cuenta que tienes un problema de adicción.
Y no hay droga más destructiva que querer a alguien que no te quiere.
Pero ya sabéis lo que dicen: el primer paso es reconocerlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario